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De la liberación al animal

Desde hace años, se ha evidenciado un crecimiento significativo en el mundo y en nuestro país, del movimiento por la liberación animal. La cuestión sobre el trato que damos a los animales, basados en un falso prejuicio de superioridad, que conlleva a causarles daños y vulnerar sus intereses como individuos, ha hecho que una gran parte de la sociedad se cuestione y actúe con la intención de reconocer la integridad particular de cada animal sometido a circunstancias de explotación, deterioro y mala muerte. Esto, a causa de un egoísmo que conlleva desconocimiento e indiferencia hacia los demás seres con quienes compartimos el planeta.


Sofía Dumat / Clamor de Libertad
por Brigitte Juliette Parada Rincón | 12 junio 2021

Prácticas o formas de relacionarlos con los animales tan despóticas, irrespetuosas y vergonzosas, que han devenido en la absurda normalización de su industrialización, nos obligan a fijar la mirada en la urgencia de cambiar ciertos hábitos en nuestras actitudes, pensamientos y comportamientos, con el fin de transformar esos prejuicios que nos han hecho asumir una diferencia abismal con los animales, y por tanto, creer que tenemos el derecho de abusar de ellos o intervenir en su desarrollo como individuos.


En nuestros días, la cuestión de la liberación animal es un problema social con bifurcaciones que atañen al derecho, a la justicia y a la política, debido al interés y urgencia de reconocer derechos a los animales y así, promover el concepto de “liberación”. En Colombia, se ha considerado esta cuestión desde la política con diversos proyectos de ley; en la sociedad, con los diferentes grupos activistas por los derechos animales y en la academia, se han propuesto debates, simposios y conferencias sobre la necesidad de no usar abusivamente animales en diferentes espacios. Un ejemplo de estos avances en torno a la “liberación animal” en Colombia, es la reciente prohibición del testeo en animales para productos cosméticos.


Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos por extender la idea de un reconocimiento de derechos a los animales, es necesario pensar en la noción de liberación y en la acción de liberar, teniendo en cuenta cómo ha sido y cómo es nuestra relación con los individuos animales.


Este problema nace de la necesidad de develar que, aun siendo “animalistas” o aun actuando de diversas maneras en pro de los animales, nuestras participaciones pueden incurrir en una perpetuación de los prejuicios que nos llevan a asumir que podemos hacer con la vida de los demás lo que queramos, esto es una forma de especismo, de egoísmo y también es sinónimo de esclavitud.

Peter Singer, escritor, filósofo, además profesor de ética, y quizá alguien poco querido por la corriente abolicionista sectaria del movimiento de liberación animal, dio los cimientos para la teoría sobre los derechos animales de nuestra época, y no podemos olvidar que su texto de 1975 fue la inspiración para la materialización del movimiento de liberación animal en Norteamérica y Europa. En este texto, Singer afirma que la liberación animal no es otra cosa que la extensión de nuestros horizontes morales hacia los animales, lo que implica considerar que las actitudes que asumimos normales con estos, son un efecto de un prejuicio sin justificación. Por tanto, ¿quién puede decir que con sus propias actitudes y acciones, está libre de un legítimo cuestionamiento en relación con la vida de los animales?


Esta pregunta la formuló de otro modo Singer, en el año 1975, y la presento aquí, porque la observación por años del movimiento de liberación animal en Colombia, por ejemplo, más la participación en el mismo desde mi profesión, me ha llevado a notar cómo aún creyendo que se ha superado el especismo dentro del movimiento, seguimos teniendo conductas que son especistas con los animales, camufladas de buenas intenciones liberacionistas. Por ejemplo, hacinamientos en refugios que terminan en enfermedades, deudas, clausuración y eutanasia para los individuos animales que se encontraban allí; lugares con la intención de ser santuarios, que concluyen en sufrimientos mayores y daños irreparables a los individuos que allí pernoctaban; hombres y mujeres comprando animales con la intención de “liberarlos”; hombres y mujeres, afanados por su reconocimiento de veganos y queriendo veganizar a toda costa, apoyando sin cesar el sistema destructurador de sistemas bióticos, el capitalismo.


Si nuestro deseo es en realidad dejar de ser parte de los opresores, es necesario replantear nuestras actitudes, incluso, las más fundamentales como el hecho de reconocer las necesidades básicas del individuo animal conforme a su naturaleza animal, por ejemplo, y no hacerlo vivir una vida conforme a la naturaleza del rescatista o liberacionista.

Esto implica hacer un giro mental, el cual hace que descubramos algunas pautas de comportamiento que benefician a nuestro grupo (individuos hombres/mujeres, etc.) a expensas de otro grupo (individuos animales). Cuando alguien justifica sus acciones inadecuadas hacia los animales, argumentando su posición desde los propios intereses, perpetúa la opresión del animal.


Esto puede pasar tanto en personas que se asuman como antiespecistas o en personas especistas y que lo ignoran. Pero en este caso, me gustaría dialogar con el primer grupo ya que el tema del artículo es la liberación animal dentro de este movimiento. Sucede que la condición de alguien oprimido, resulta atractiva para aprovecharse de la situación de la víctima y así mismo, revictimizar y perpetuar la opresión. Lo que significa que el opresor generalmente, se beneficia de la condición de oprimido del animal, y así satisface sus propios intereses y no los de los animales que ha acogido, por ejemplo, en el caso de refugios, asociaciones, colectivos o santuarios que se lucran re-victimizando a los animales para recaudar fondos y posicionar una marca vegana. Esto, desnaturaliza a los individuos animales y perpetúa la opresión animal, lo que distorsiona la auténtica liberación animal.


Si seguimos entendiendo la liberación como un acto de liberar, exclusivamente, de poner en libertad a alguien que no la tenía, porque estaba preso o en jaulas, o en una fábrica industrial, entonces estaremos llevando a cabo el proceso de liberación de manera limitada. Ese acto de liberación como lo define la RAE, por ejemplo, solo aplica para entender coloquialmente el concepto, pero no para entender lo que implica la complejidad de la liberación en un movimiento social, político y académico.


Inicialmente, el movimiento de liberación animal no puede dejarse llevar por las tendencias mercantilistas del presente y asumir que la liberación animal es tener una etiqueta vegana en ciertos productos que son comercializados, en algunos casos, por los mismos que explotan animales. Asimismo, es necesario que el movimiento vuelva a sus orígenes teóricos, porque es importante mantener clara la intención con la que surgió el movimiento de liberación animal y cuál es su fundamento filosófico o el sustento de la práctica liberacionista.


¿Pero, qué debemos entender por liberación animal? La liberación animal parte de la necesidad de hacer un giro mental que posibilite la extensión de nuestros preceptos morales hacia la vida de los animales. Esto en ningún momento equivale a que se trate de igual manera a los animales en comparación con el grupo de los hombres y las mujeres, tampoco quiere decir que tengan que reconocerse en aquellos, los mismos derechos que tiene nuestro grupo. Significa que tenemos que considerar los intereses de los individuos animales igual que consideramos los intereses propios. Y no porque seamos iguales o porque pensemos que somos también animales, sino porque la igualdad que se expone aquí, y que es argumento de la filosofía de los derechos animales, refiere a una norma relativa de cómo deben ser tratados los individuos, independientemente de su especie. Y el interés que prima para la movilización por la liberación animal, es el interés que tienen los animales por no sufrir.


Pero ello, no solo implica reconocer que el animal tiene interés en un bienestar, sino que también exige, que reconsideremos el concepto del sufrimiento como argumento para abolir la industrialización de los animales, ya que centrarse en el sufrimiento y exhibir el daño que se le causa a estos, ha hecho que se creen estrategias de consumo en las que el animal no sufre o modos de producción bienestarista. Ahora, cabría indagar sobre el sufrimiento y pensar quizá que el planteamiento de que los animales no tienen derecho a sufrir, es equívoco, ya que para el tema de la industrialización animal puede ser relativo a sentir físicamente un daño o un dolor, entonces, el sufrimiento se puede evitar, y es la tendencia actual (gallinas libres de jaula, por ejemplo), pero también la palabra puede hacer referencia a experimentar un cambio, a tolerar, a padecer una pena, entre otras. Entonces, la relevancia aquí del sufrimiento no es que los animales tienen el derecho a no sufrir, en virtud que tienen interés por no tener sufrimiento, algo que manifiestan de diversas maneras. En sí, todos tenemos el derecho a sufrir, incluso los animales tienen el derecho a sufrir y hasta a veces, puede resultar necesario ese sufrimiento, que en su vida salvaje o en su vida natural hace parte de sus experiencias y circunstancias. Lo que realmente es importante aquí, es que nosotros así suframos, por cualquier cuestión, no tenemos derecho a causar sufrimiento a ningún individuo, sea animal, hombre, mujer, etc.


Retomando, el proceso de la liberación animal exige un giro mental que se constituye por una relación intrasistémica que devela la naturalidad del animal, o su animalidad en sí. La liberación, no solo es el proceso de sacar de cautiverio a alguien; liberar es ante todo reconocer el rostro de un alguien que experimento como otro. Un otro, en el sentido de oprimido, de negado, de alienado, de invisibilizado. Cuando veo sin prejuicios, cuando veo auténticamente el otro como otro, en este caso el animal como un animal desprovisto de su naturaleza, integridad e individualidad, el paso que debo hacer es liberarlo de esa condición de oprimido y reconstituir su animalidad. Si no se hace este giro importante, el problema se queda exclusivamente en la develación de que ese individuo solo es medio para fin de otros, lo que perpetúa la noción del oprimido que ha sido cosificado y por ende se continúa desconociendo, dominando y eliminándolo.


La liberación debe entenderse como una heterotopía, como la construcción de un ámbito nuevo o un lugar otro, el cual los abismos que nos distancian de la animalidad y los animales, haciéndonos creer superiores, se reemplazan por nuevos códigos de hermandad, justicia, cooperación, entre otras. La liberación, desde una perspectiva filosófica latinoamericana es un proceso de humanización que extiende en todos los campos de reflexión moral, aquellas consideraciones éticas conforme a la alteridad de todos los individuos sin importar especie, género, raza, etc. La liberación es una práctica constante, subversiva y trascendental sobre lo normalizado, implica abandonar las prisiones a las que el sistema totalizante nos ha sometido para así, afirmar lo primero a esa prisión.


La prisión aquí, no es otra cosa que la cadena de prejuicios que se han transmitido generacionalmente en las diferentes culturas. Y que, paradójicamente, son prejuicios que han venido a partir de legados de colonización cultural y epistemológica. Prejuicios, que han condicionado el actuar y han alterado la posibilidad de relaciones armónicas con los animales. En este sentido, la liberación invita a liberarnos de las condiciones de nuestros modos de pensar a los animales, para reconocerlos desde la revelación de su rostro y reconociendo en él a un individuo o un sujeto de una vida. La cuestión se centra en el reconocimiento y en la libertad auténtica de ese individuo animal. Se trata de liberarse de los prejuicios que nos llevan a tener relaciones de dominación con los animales para así, afirmar al animal dentro de su individualidad y darle una vida en torno a esa revelación.


Todo lo anterior, implica que los liberacionistas no caigan en acciones que van en contra del libre desarrollo de los individuos animales. Es decir, que comprar un ternero para que no vaya a ser sacrificado por la industria láctea, por parte de liberacionistas y abolicionistas, para luego llevarlo a un lugar que se hace llamar santuario, pero cuyos administradores desconocen los cuidados de los animales que allí tienen e ignoran cosas básicas que requieren para su supervivencia, es un acto especista y ante todo, egoísta, más aún cuando esas personas recaudan dinero con las infortunadas experiencias que han tenido los animales con el grupo de los hombres y las mujeres.


Hay que resaltar además, que un proceso de liberación también invita a desarrollar procesos de desapego, que no solo son de tipo material, sino que también tienen que ver con el desapego de dogmas construidos a partir de las creencias que han surgido por alguna afectación emocional o racional, producto de una acción en concreto que rechazamos por un determinado motivo.

No se puede negar que en cualquier tipo de movimiento o ideología, siempre hay personas que tienden a caer en adoctrinamientos o sectarismos. Se toman las cuestiones que merecen reflexión como pretexto para llenar vacíos emocionales y justificar sus acciones egocéntricas o actitudes que revelan solo una búsqueda de identidad en una alguna ideología o movimiento. Esto, demuestra una mente inmadura aun en el camino del no especismo. Quien se compromete en el proceso y en el movimiento de liberación animal, debe darse la oportunidad de re-pensar las causas y las acciones que los lleva a moverse en pro de ciertos grupos oprimidos, además, re evaluar cada posición conforme a una mente sensata, coherente, responsable y ética, que sabe pensar su entorno y promover relaciones basadas en el respeto, la justicia y el reconocimiento con los demás seres.


Por eso es importante cuestionar constantemente nuestras prácticas, así pensemos que vamos por el buen camino o que lo estamos haciendo con buenas intenciones. A veces, el fracaso es inminente ante situaciones de ignorancia respecto a la vida que deben llevar los animales, y no por ser animalistas o liberacionistas debemos creer que podemos salvar la vida de todos los individuos que acogemos. Se requiere demasiada responsabi - lidad, compromiso y desinterés total en cada paso de la liberación animal. Por esta razón, también es importante no quedarse en el ciclo del activismo estandarizado por los derechos de los animales y empezar a proponer otros - diálogos que conlleven la superación de conductas prejuiciosas con los ani - males y con el entorno.


Desde la filosofía latinoamericana, en especial, la filosofía de la liberación de Enrique Dussel, se propone la relación hombre-mujer/naturaleza, para indicar la relación auténticamente transformadora de lo establecido o normalizado. La acción liberadora, desde una perspectiva latinoamericana es el acto en el que el liberador traspasa ese orden fijado y asumido y se interna en la exterioridad del otro. Al estar en sintonía con la revelación de esa exterioridad, se construye un nuevo orden no especista, ya que al relacionarse con el animal conforme a su animalidad, es decir, respetando las necesidades e intereses de ese individuo animal, logramos avanzar a un plano justo que transforma la opresión en liberación. Y, como admitió Singer en su texto de 1975, la liberación de los animales también es la liberación de los hombres y las mujeres, pues esa liberación de prejuicios de alguna manera implica que se rompan los barrotes de nuestra prisión mental. Barrotes elaborados de creencias, ideologías, dogmatismos, extremismos, egoísmos, colonialismos y demás ismos posibles en nuestra mentalidad y sociedad.


Esto es de suma importancia porque veíamos anteriormente, que todo proceso de liberación también es un proceso de humanización, lo que quiere decir, orientarnos hacia el proyecto que como grupo de hombres y mujeres debemos emprender por el bien de todos los seres que habitamos el planeta. Este proyecto implica potenciar esas cualidades humanas con el fin de transformar realidades y promover con acciones sinceras, la posibilidad de establecer relaciones armónicas y de respeto con los animales, con los demás y con la naturaleza. Todo ello, implica hacer procesos de descolonización de nuestro pensamiento para dejar de asumirnos como esos “humanos” que aparentemente “civilizados”, se contraponen con el imaginario animal. Se ha pensado que la animalidad puede ser lo contrario a la humanidad o que es el antónimo de lo racional. Pero una humanidad comprendida bajo los parámetros de la razón, solo se reduce a un ideal de un individuo moderno, letrado, civilizado y cristiano, que no representa la humanidad como cualidad o valor, ni como esencia o proyecto de autorrealización, sino que por el contrario, recae en un dispositivo antropocéntrico que manifiesta la relación de poder, dominación y sometimiento que mantenemos con todos los seres que suponemos inferiores.


Este prospecto de humano, en realidad, es un fracaso de nuestro grupo de mujeres y hombres colonizados epistemológicamente, que al pensarse en sumisión ante los que se autodenominaron civilizados, buscaron ese ideal de humanidad bajo la consolidación de la religión cristiana medieval y evangelizadora del mundo, la cual, admitía quiénes eran hijos de Dios o no, a partir de sus diferencias racionales y raciales, que podían reconocerse por la similitud o no con ciertos animales. Y quienes menos se parecieran a los animales, eran aquellos que podían entrar en la noción de razón, es decir, aquellos quienes podían tener ánima o alma, y por ello, encajaban en ese grupo mal llamado de los “humanos”.


A partir de un criterio determinista y moderno sobre la esencia del hombre y de la mujer, se afirma la noción de animal racional como aquel sujeto que tiene la facultad de los principios o lo que equivale, a la capacidad natural de tener razón. Capacidad que ha sido negada a los animales, solo por un prejuicio de superioridad, ya que es evidente en algunos casos, que los animales tienen comportamientos y actitudes que caben dentro de una posibilidad de lo “racional” teniendo en cuenta que sus acciones conllevan la lógica de la naturaleza, y que en este caso, su finalidad es la supervivencia como especie. Pero el mito de la modernidad nos hizo creer que quienes están por fuera de ese ideal de razón, es decir, quien no tiene la capacidad o facultad de los principios, es un animal, un salvaje y alguien que se puede domesticar, esclavizar y civilizar si es el caso.


La potenciación de las cualidades que nos hacen ser-humanos en verdad, constituye la emancipación de los animales de la explotación por parte de nuestro grupo y la superación del ego que actúa conforme a la posición del animal como víctima u oprimido. Un proyecto de auténtica humanización constituye en realidad un paso hacia el no especismo. Esto también significa que para que se vean efectos coherentes en nuestras sociedades, es necesario que hagamos cambios en nuestra vida y en nuestros entornos próximos. Estos cambios, más que dirigirse hacia un activismo cíclico, implican ejercicios pedagógicos que transformen pensamientos dentro de los límites que determina la comprensión de las causas de la explotación animal y el porqué de la ignorancia e indiferencia de una parte de la población civil. Si hablamos de la urgencia de erradicar actitudes que discriminan a otros seres por ser de especie diferente, es importante también, evaluar esas actitudes de discriminación hacia otras personas o individuos de nuestro propio grupo, que por su acondicionamiento cultural, caen en acciones especistas con los animales.


El proyecto de humanización implica un cambio, el cual, representa la novedad en este proceso de liberación. Se trata de construir nuestra historia a partir del abandono de los procesos de domesticación que hemos llevado a cabo con varias especies y con individuos de nuestro grupo, que en consecuencia, han devenido en esclavitud, mala vida y mala muerte. Se trata de suspender y reflexionar acerca de nuestros prejuicios respecto a la superioridad, entendida como sinónimo de poder, autoridad y dominio sobre el otro.


Finalmente, intentar y proyectar relaciones que inviten a los individuos a orientarse a decidir y actuar conforme a un estado de conciencia y no bajo el pretexto de la razón, la cual, sirve de comodín para hacer con los demás lo que nuestro interés requiere.

Es indispensable reiterar, que el acto de liberación en el movimiento animalista, no se debe limitar a sacar animales de jaulas, llevarlos a refugios, castrarlos y esterilizarlos para que estén encerrados y no incomoden a la familia que los acogió o a sus vecinos. El criterio de liberación exige un proceso más complejo, continuo y de corresponsabilidad con el individuo liberado. Desde algunos fundamentos éticos latinoamericanos, la posibilidad de la liberación animal no se restringe a las formas de activismo del movimiento animalista, sino que implica un acto de alteridad que involucra la proyección de las necesidades no cumplidas de las víctimas. Desde un lineamiento latinoamericano, quien reconoce que las víctimas no se pueden reproducir, ni desarrollar su vida, ni participar de la discusión que los afecta directamente, tiene la obligación de liberar al oprimido, a partir de: primero, la deconstrucción de las normas, acciones, instituciones o estructuras que han hecho que actuemos conforme a la idea de que los animales son cosas y que por ello, los podemos utilizar, reutilizar, explotar e impedir que se desarrollen como individuos. Deconstruir significa aquí, deshacer analítica y críticamente los elementos que constituyen un entramado o estructura conceptual, y que se han arraigado a nuestros sistemas de pensamiento.


Esta deconstrucción, que no se limita a la noción derridiana de un análisis meramente textual, invita a abandonar o a superar, el espectro moderno-colonial que predomina en nuestras culturas respecto a los animales. No se trata de destruir, sino de analizar, transformar y reconstruir. Es decir, superar la idea de la modernidad que nos hizo creer que por ser poseedores de la “razón” podemos dominar a aquellos que no la tienen, como los animales. Razón, que al final termina siendo no una cualidad, sino un dispositivo de poder a lo Foucault y que desde el pensamiento latinoamericano, termina siendo el pretexto del mito de la modernidad. En segunda instancia, el liberacionista debe construir y transformar las normas, acciones e instituciones para que los animales puedan vivir y desarrollarse íntegramente según su especie. Y es en este punto, donde la acción liberadora no puede desentenderse de su componente político y social, pues no solo se trata de sacar a los animales de un estado de cautiverio y explotación, si nuestras actitudes y acciones no crean caminos de transformación que sean capaces de establecer un orden nuevo basado en relaciones solidarias, justas y respetuosas con los animales y con los demás seres de nuestro grupo. Si se compran animales para rescatar, no se está transformando el orden establecido; si se llevan animales de un lado a otro y no se les dan las condiciones óptimas para su desarrollo y devolverles su alteridad negada, no se está transformando el especismo; si se agarran animales de la calle y se venden bajo la falsedad de un sinnúmero de costos que conlleva un proceso de adopción, se está perpetuando el prejuicio que indica que podemos hacer con la vida de los animales lo que nos plazca.


En esta dirección, el proceso de liberación animal conlleva un imperativo que obliga éticamente al liberacionista a realizar esa transformación antisistémica. Esto no es más que un enfrentamiento entre un movimiento social organizado que aboga por el reconocimiento de los animales y un sistema formal dominante que los oprime. Por eso, causa gracia cuando algún animalista o liberacionista lucha porque Mc Donals tenga una opción vegana o que Zenú saque al mercado productos sin ingredientes de origen animal, en vez de encargarse de demostrar cómo esa línea mercantil, juega con las tendencias que surgen para impulsar nuevas formas de producción que implican desentenderse del problema de la opresión animal y satisfacer a unos clientes que solo les preocupa hallar una sabor similar al de la carne en sustitutos. No podemos negar, que la tendencia a ser vegano o vegana, ha forjado un mercado capitalista con etiqueta friendly o vegan, que no ayuda en nada a erradicar el especismo, y si colabora en la destrucción de ecosistemas que también implican muertes; solo por el simple hecho de hacer uso del petróleo o comprar productos vegetales de ciertos monocultivos, como el de aguacates, ya todos ayudamos con la vulneración de derechos de algunas especies animales y estas, también son acciones especistas.


La liberación animal exige un deber-ser, el cual, formula el momento ético-crítico de la transformación como cuidado. La liberación animal es el movimiento de reconstrucción de la alteridad de aquellos a quienes hemos oprimido, movimiento que implica transformación desde los modos de pensamiento para asumirnos, no como rescatistas ni liberacionistas, sino como personas competentes para cuidar y respetar a los animales, reconociendo sus necesidades e intereses como individuos de una determinada especie.


El principio de liberación animal es totalmente ético y no exclusivamente moral como se ha desarrollado en diversos planos del activismo. La moral es cambiante y relativa, y por ello no podemos centrarnos en repetir conductas especistas bajo argumentos antiespecistas. La ética es el eje fundamental para saber cómo debemos actuar no solo con los animales sino con los miembros de nuestro grupo y con nuestro medio ambiente. Puesto que un grupo de liberación animal coherente, no se desentiende de los conflictos ecológicos y sociales, si reconoce que los valores y principios de su lucha son de carácter universal. Y esto no implica necesariamente que se deba ser activista de los demás movimientos liberacionistas, pero lo mínimo que podríamos hacer como individuos de un mismo grupo, sería tratarnos entre sí con respeto, justicia y reconocimiento, además, evitar caer en actos racistas, homofóbicos, misóginos, injustos e irrespetuosos entre nosotros mismos. Asimismo, es importante tener una actitud de respeto con la naturaleza y no traspasar los límites que ella impone, puesto que aún mantenemos un prejuicio de superioridad respecto a esta, que nos ha llevado a sobreexplotar el planeta. Además porque es paradójico luchar por la vida de los animales, cuando destruimos desvergonzadamente el lugar donde habitan.


No es suficiente considerar moralmente a los animales o ejecutar campañas asistencialistas, proteccionistas o reformistas que carecen de reglamentación, si no hay una conciencia ética que conduzca a hacer el giro más allá del sistema vigente. Es por esto, que ampliar las alternativas veganas en el mercado no significa algo más allá que la posibilidad de que un vegano pueda ir a comer en un centro comercial o la posibilidad de adquirir un producto que eleva el ego, y que lleva a asumir que no se están dañando animales con productos sintéticos, de algodón, o con petroquímicos, por ejemplo.


Desde la reflexión filosófica latinoamericana, el acto liberador constituye la facultad o principio de escoger los modos de cómo vamos a ejecutar nuestra vida para dar vida a aquellos que viven en muerte. Esto consiste, en dejar ser a quienes negamos la posibilidad y ante todo, el derecho de vivir en libertad. La liberación es el acto que funda todo derecho, a su vez, funda la nueva sociedad, el nuevo sistema, el nuevo orden moral. Por eso es necesario, extender una invitación para proponer y ejecutar modos más pedagógicos que conlleven un trato respetuoso hacia los miembros de nuestro grupo y hacia el grupo de los animales; siempre pensando que nos movemos dentro de un proceso de liberación que reclama la reivindicación y la reconstitución de la alteridad de cada animal. Reconocer esto, implica responsabilizarse de la vida de los animales, hasta tal punto de no causarles daño ni alguna afectación física o emocional.


Es importante cuestionar constantemente nuestras prácticas, así pensemos que vamos por el buen camino o que lo estamos haciendo con buenas intenciones. A veces, el fracaso es inminente ante situaciones de ignorancia respecto a la vida que deben llevar los animales y no por ser animalistas o liberacionistas debemos creer que podemos salvar la vida de todos los individuos que acogemos. Se requiere demasiada responsabilidad, compromiso y desinterés total en cada paso de la liberación animal. Es por esto que también es importante no quedarse en el ciclo del activismo estandarizado por los derechos de los animales y empezar a proponer otros diálogos que conlleven la superación de conductas prejuiciosas con los animales y con el entorno.


Dejar de patrocinar las industrias que someten a los animales, por ejemplo, puede ayudar a reducir ese mal trato que hay hacia aquellos, pero este, solo es un paso dentro de la liberación animal, y no se puede limitar el horizonte de la liberación a mostrar solo los aspectos del veganismo. Reconocer que existe este tipo de discriminación con los animales, nos lleva a ver que esto, en efecto, es una consecuencia de una serie de prejuicios y desconocimientos de quiénes somos, quiénes son los otros con los que vivimos y cómo debemos vivir con ellos. Porque cuando sometemos a un animal a una sobreexplotación, bajo condiciones que revelan las patologías de las sociedades en las que vivimos, lo mínimo que podemos reconocer allí, es que solo nuestras conductas pueden repercutir en la transformación de la realidad de muchos animales que pasan su vida muy mal, y que es necesario extender nuestras consideraciones morales y más que todo éticas, hacia los animales y hacia el medio que compartimos con ellos. Además, es importante comprender que todo movimiento hacia la liberación implica un desapego material e ideológico, que deviene en la transformación de nuestro pensamiento y de nuestras realidades.


La liberación conduce a un punto de referencia que reivindica la naturaleza humana del grupo de los hombres y las mujeres. Este punto, es el cuidado como relación que garantiza la subsistencia del otro, del individuo animal, posibilitando espacios para su adecuado y libre desarrollo, pues el modo en que tratamos a los animales, demuestra el modo en que los pensamos y los asumimos en relación con nuestras experiencias. No podemos caer en antropomorfizaciones y asumir indefinidamente que los animales sienten o experimentan igual que nosotros y por eso les damos cuidados propios de nuestro grupo, lo que representa una acción antropocéntrica de los procesos fracasados de liberación animal. Recordemos que se trata de legitimar el interés que ellos tienen como individuos animales, más allá de los intereses que nosotros tengamos sobre la vida de estos.


El cuidado es el fundamento de la actitud ética sobre el trato hacia los demás grupos de seres con los que cohabitamos el planeta, puesto que este, salvaguarda todos los elementos constitutivos de un sistema vivo y complejo, garantizando además, los derechos de los seres vivientes gracias a la comprensión y el entendimiento que debemos tener respecto al modo de relacionarnos con lo demás. Amar a los animales no es rescatar animales de las industrias y llevarlos a lugares que no les brindan una libertad segura y conforme a su naturaleza o animalidad. Si no conocemos a profundidad a los individuos oprimidos por quienes luchamos, y seguimos asumiendo su individualidad en referencia a lo que nuestro ego proyecta de ese animal y no vemos al animal en sí, nuestra lucha recae en un desgaste sin algún fin. En consecuencia, serían acciones especistas e incoherentes bajo la fachada del liberacionismo animalista. Amar a los animales es cuidar de ellos, y cuidar más que un acto es una actitud de respeto, de ocupación, de responsabilización y compromiso efectivo por el otro, para garantizar su libre desarrollo individual y biológico. Pero realmente somos ignorantes respecto a la vida de los animales y creemos saber sus necesidades asumiendo que podemos saber cuáles y cómo son sus pensamientos, emociones y hasta decisiones. Repetidamente, creemos que los animales se comportan, viven y piensan como el grupo de mujeres y hombres, los observamos y les damos ciertas características, que “pareciera” fueran solo de nuestro grupo y optamos sin más por admitir que tienen actitudes “humanas”, pero nunca llegamos a ver que somos nosotros quienes a menudo presentamos actitudes meramente animales. Por eso el movimiento de liberación animal, no es otra cosa que el movimiento que libera la exterioridad del animal. Exterioridad que revela el ánima de quien habita en ese cuerpo animal. En otras palabras, el movimiento de liberación animal es el acto de liberar para ir hacia el animal, es el paso que conduce de la liberación al animal.

 

Brigitte Juliette Parada Rincón

Profesional en Filosofía y Letras de la Universidad de La Salle, Magíster en Filosofía Latinoamericana de la Universidad Santo Tomás. Autora del libro Ética y Liberación “animal” 2019, ediciones USTA. Investigadora independiente sobre nuestras relaciones con los animales, sobre pedagogía y educación, conferencista y docente de ciencias sociales del Gimnasio Monseñor Manuel María Camargo, Fundación San Antonio, Bogotá.


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