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Especismo (1970) por R. Ryder (seguido de "Especismo: 50 años después")

Exhaustivo análisis del filósofo Iván Darío Ávila, a partir del texto original de Richard Ryder, donde por primera vez aparece el referenciado el concepto "especismo", que abre el debate a la pregunta: ¿Se justifica mantener la comprensión del especismo sólo como "una discriminación arbitraria e injusta, en base a la especie" a 50 años de la publicación original, o por el contrario, tendríamos que ampliar y complejizar el concepto hacia una mirada más sistémica de este fenómeno?.

Daniel Turbert / The Sentient Project
por Iván Darío Ávila Gaitán | 9 mayo 2021

Richard Ryder, psicólogo clínico británico, es conocido por acuñar el concepto de especismo. Según ha relatado él mismo, sus inspiraciones fueron, por un lado, las luchas que durante los años sesenta se libraban contra el sexismo, el clasismo y el racismo, y por otro, su propia experiencia como psicólogo clínico en torno a la experimentación animal. Ryder no entendía por qué las luchas de los años sesenta no habían considerado a los animales no humanos, ni a los prejuicios que recaían sobre ellos, y al tiempo tampoco podía comprender la tolerancia frente al dolor, el miedo y la angustia -sentimientos no menores a los que podría percibir cualquier humano- en el contexto de la experimentación animal. A continuación, presentamos la traducción al español del primer texto en el que aparece el concepto de especismo, seguido de un comentario titulado “Especismo: 50 años después”. Se trata de un folleto escrito por Ryder en 1970 y que circularía inicialmente por la Universidad de Oxford. Lamentablemente, el folleto no tuvo ninguna respuesta la primera vez que fue lanzado; sin embargo, la segunda vez fue puesto a circular con la imagen de un chimpancé infectado experimentalmente con sífilis, obteniendo respuesta por parte de Peter Singer, quien cinco años más tarde popularizaría el término especismo a través de su famoso libro Liberación Animal.


ESPECISMO (1970)


Por Richard Ryder

Traducción y comentario de Iván Darío Ávila Gaitán


Desde Darwin, los científicos concuerdan en que no hay una diferencia esencial, “mágica”, entre los humanos y otros animales, biológicamente hablando. ¿Por qué marcamos entonces una distinción moral casi total? Si todos los organismos se encuentran en un continuum físico, también deberíamos establecer un mismo continuum moral.


La palabra “especie”, como la palabra “raza”, no es definible con precisión. Los leones y los tigres pueden entrecruzarse. Bajo condiciones especiales de laboratorio pronto podrá ser posible aparear un gorila con un profesor de biología -¿la peluda descendencia será criada en una cuna o en una jaula?-.


Se acostumbra describir al Hombre de Neandertal como una especie separada de nosotros mismos, una especie particularmente equipada para la superviviencia en la Era del Hielo. Ahora la mayoría de arqueólogos creen que esta criatura no humana practicaba rituales de entierro y poseía un cerebro tan grande como el nuestro. Supongan que, una vez capturado, el Abominable Hombre de las Nieves sea el último sobreviviente de la especie Neandertal, ¿le daríamos un asiento en las Naciones Unidas o le implantaríamos electrodos en su cerebro sobre-humano?


Uso estos hipotéticos pero posibles ejemplos para llamar la atención sobre nuestra posición moral actual respecto a los experimentos con animales.


Cerca de cinco millones de animales de laboratorio, cada vez muchos más de ellos primates como nosotros, son asesinados anualmente solo en el Reino Unido, y los números están creciendo y saliéndose de control (solo hay 12 inspectores).


Aparte del derecho a vivir, un claro criterio moral es el sufrimiento, el sufrimiento por ser apresado, por sentir miedo y aburrimiento, así como dolor físico.

Si asumimos que el sufrimiento es una función del sistema nervioso, entonces es ilógico argumentar que los otros animales no sufren como nosotros -es precisamente debido a que los animales poseen sistemas nerviosos similares al nuestro que son ampliamente estudiados-.


Los únicos argumentos a favor de experimentos hechos con animales son: 1) que el avance del conocimiento justifica todos los males -¿los justifica?-; 2) que los posibles beneficios para nuestra propia especie justifican el maltrato de los demás. Este puede ser un argumento poderoso cuando es aplicado a experimentos cuyas posibilidades de contribuir a la medicina aplicada son grandes, pero incluso esto es solo “especismo”, y como tal es un mero argumento egoísta, emocional, antes que uno basado en la razón.


Si creemos que es incorrecto infligir dolor a los animales humanos inocentes, entonces es de lo más lógico, filogenéticamente hablando, extender también a los animales no humanos nuestra preocupación en torno a los derechos fundamentales.

 

Especismo: 50 años después


Por Iván Darío Ávila Gaitán


Aunque el folleto elaborado por Richard Ryder no contiene una definición precisa de especismo, de él podemos aprender varias cosas que continúan siendo de marcada actualidad. En primer lugar, que el movimiento abolicionista de liberación animal, y por lo tanto las diversas prácticas veganas y antiespecistas, emergen en un contexto turbulento, es decir, parcialmente inspirados por luchas feministas, antirracistas, obreras y contra el Capital en general, etc. Hoy, cuando ciertos activistas perciben las posturas “interseccionales” como una amenaza para la “pureza” y extensión del movimiento, no podemos olvidar que este ha sido impulsado por una efervescencia social que lo constituye y rebasa, aunque no lo explique completamente ni lo agote. El movimiento abolicionista de liberación animal necesita exponerse al contacto con otras luchas, al tiempo que esas otras luchas deben incorporar una dimensión antiespecista si quieren mantenerse vivas. Así lo reconocía implícitamente el propio Ryder ya en 1970.


"Para que las fuerzas no pierdan su vigor es preciso que no se asuman como identidades autorreferentes, sino como heterogéneos entramados de prácticas abiertas a la controversia y a la disputa."


Antonio Negri ha apuntado que tal vez sea un vicio de la tradición occidental, de raigambre judeo-cristiana, pensar erradamente que las transformaciones y la fuerza se desprenden de la pureza y la ciega unicidad. Así como el Dios-Uno, en su pureza, es capaz de crear y alterar la realidad, se suele pensar que un movimiento efectivo es el que se encuentra absolutamente alineado ideológicamente (“puro”) y es capaz de purgarse de las amenazas internas y externas. No obstante, el grueso de la historia del siglo XX no solo demuestra la poca eficacia de dicha asunción, sino sus incontrovertibles peligros.


En segundo lugar, el folleto de Ryder resalta la especificidad moderna del especismo. Como psicólogo clínico, Ryder se percata del rostro “oculto” del Progreso y la Razón, y por lo tanto de los Otros del Hombre moderno. En la experimentación animal resulta evidente que, como diría Walter Benjamin, el Ángel de la Historia ha dejado estruendosas ruinas tras su paso, ruinas claramente habitadas por mujeres, disidentes sexuales, poblaciones racializadas y pauperizadas, dementes, niños y, por supuesto, por los animales no humanos y la naturaleza en general. No es necesario leer a Foucault o a Adorno y Horkheimer para constatar las vetas destructivas de la modernidad dominante, según la cual el perfeccionamiento y bienestar de unos cuantos requiere el sacrificio continuo de millones, empezando por el sacrificio de todo lo supuestamente animal que habita en los candidatos a seres humanos stricto sensu. Esto lo ilustran, asimismo, la obra de Giorgio Agamben y el Informe para una Academia de Kafka. De este modo, cuestionar las dinámicas especistas hoy pasa por comprender la crítica a las nociones de Razón, Progreso y Humanidad enaltecidas por la modernidad occidental, así como la artificialidad de la especie, artificialidad intuida por el propio Ryder también en su folleto de 1970 cuando apuntaba: “La palabra ‘especie’, como la palabra ‘raza’, no es definible con precisión”.


Lamentablemente, el movimiento abolicionista de liberación animal ha permanecido atado a la episteme moderna, lo cual es comprensible parcialmente en los albores del movimiento, pero no 50 años después. Luego de que Ryder publicara su folleto, el filósofo australiano Peter Singer, quien con seguridad lo leyó, definió el concepto en su Liberación Animal de 1975 como “Discriminación con base en la especie” y “Prejuicio o actitud favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”. Asimismo, continuando con la tradición ryderiana de la relación entre luchas, alude a la necesidad de la “liberación animal” en continuidad con los para ese entonces existentes “movimiento de liberación de las mujeres”, “movimiento de liberación homosexual”, etc. Bajo la estela de Singer, sabiéndolo o sin saberlo, muchas y muchos activistas han adoptado la definición sintética de especismo como “discriminación basada en la especie”.


En la actualidad, el filósofo español Oscar Horta suele distinguir entre especismo y especismo antropocéntrico. El especismo antropocéntrico consiste en la discriminación negativa de un individuo por no pertenecer a la especie humana, mientras que el especismo, en general, es discriminación con base en la especie. Por ejemplo, cuando se privilegia a un perro respecto a una gallina por el mero hecho de que el perro es perro y no gallina habría especismo, mas no especismo antropocéntrico. Sin embargo, el mismo Horta puntualiza que las diversas formas de especismo suelen ser especismo antropocéntrico extendido, pues si se privilegia al perro es porque este se halla más cerca del ser humano, por lo que, en última instancia, es al ser humano al que se está privilegiando.


Ahora bien, de la historia que va de Ryder a Horta podemos colegir que el especismo se ha conceptualizado como un prejuicio o actitud (cuestión que ya se hallaba en el folleto elaborado por Ryder), y que su crítica: 1) ha implicado poner en el centro el problema del sufrimiento y por lo tanto se transita de una ética antropocéntrica a una sensocéntrica (elemento también en estado larvario en el folleto de Ryder, lo cual remite a autores clásicos de la filosofía anglosajona como Bentham); 2) se percibe, fundamentalmente, como un asunto moral, aunque basado en la biología (el continuum filogenético del cual habla Ryder en su folleto) y con consecuencias jurídico-políticas (los derechos que reivindica Ryder al final); 3) tiene un marcado énfasis en los individuos, herencia de la tradición liberal (Horta, por ejemplo, distingue entre la especie como criterio de discriminación y el individuo como entidad realmente discriminada); y 4) es una crítica que apela a la racionalidad y a la reflexión moral racional, no a las emociones (los argumentos especistas son meros argumentos emocionales, egoístas, antes que basados en la razón, decía Ryder al casi concluir su folleto).


Hoy, 50 años después del folleto de Ryder, y en sintonía con la crisis de la modernidad dominante tras la rebelión de las y los Otros del Hombre (mujeres, poblaciones racializadas y pauperizadas, niños, animales, etc.), el especismo y su crítica no pueden conservar las características mencionadas.


En lugar de comprenderlo como mera actitud discriminatoria o prejuicio es necesario asumirlo como un complejo orden tecnobiofísicosocial, es decir, todo un conjunto de relaciones históricas que re/producen sistemáticamente la dominación animal y que se basan en la dicotomía jerárquica humano/animal.

Este orden se compone de dispositivos como los bioterios (los mismos denunciados por Ryder y que producen los llamados “animales de laboratorio”), los zoológicos y museos (que producen los llamados “animales salvajes”) y las granjas tecnificadas junto con los mataderos (que producen y sacrifican los llamados “animales domésticos”). Se trata de un orden complejo de escala global, que privilegia a quienes se acercan al Hombre moderno en tanto ideal normativo y que funciona a través de discursos zootécnicos, biológicos, veterinarios, nutricionales, de marketing, etc. El especismo, así comprendido, es indisociable de otros órdenes como el (hetero)patriarcado, el racismo estructural o la colonialidad, el capitalismo, etc.


Urge entender, como ha venido sucediendo en el campo de los estudios críticos animales, la artificialidad histórica, pero no por ello menos real o eficaz, de nociones como “especie”, “raza”, “sexo”, etc. Solo así es posible advertir los complejos mecanismos a través de los cuales unas vidas son sacrificadas en aras del bienestar y perfeccionamiento de otras. El movimiento abolicionista de liberación animal tiene, pues, un compromiso con todos los desechos vivientes de la modernidad y de la tradición occidental, es decir, con los animales no humanos, pero también con los humanos animalizados y la naturaleza misma, “dejada atrás” en la marcha interminable de la Razón y el Progreso. Por último, el énfasis individualista de la tradición occidental le debe dar paso a la necesidad de construir mundos transespecie: el antiespecismo será ecológico y colectivo o no será. Tampoco podemos refugiarnos en la Razón oponiéndola a la emoción, tenemos el reto, por el contrario, de concebir una razón siempre afectiva y corporizada. Como bien lo puso de manifiesto Nietzsche en el siglo XIX, y la teoría feminista durante los siglos XX y XXI, esos que dicen pensar sin el cuerpo lo hacen, más bien, contra el cuerpo y siempre desde el cuerpo. Hoy, día mundial del veganismo y a 50 años del folleto Especismo, apremia comprender las prácticas veganas como prácticas heterogéneas y multisituadas, orientadas a constituir formas de vida o territorios existenciales compuestos por humanos y no humanos y, ante todo, capaces de abolir el especismo en tanto orden tecnobiofísicosocial de escala global que re/produce sistemáticamente la dominación animal.

 

Iván Darío Ávila Gaitán

Doctor en Filosofía, magíster en Filosofía y magíster en Estudios Culturales (Universidad de los Andes). Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la Universidad Nacional de Colombia e investigador postdoctoral en la Universidad de San Buenaventura. Entre sus publicaciones se encuentran los libros: De la isla del doctor Moreau al planeta de los simios (2013), Rebelión en la granja Biopolítica, zootecnia y domesticación (2017) y La cuestión animal(ista) (comp.) (2016).


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Publicado bajo licencia internacional de Creative Commons (CC BY-NC-ND 4.0)

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